Amor: de ser parte del problema a ser parte de la solución

Fotografía: Klelia Guerrero García

La normalización de lo que ocurre a nuestro alrededor tiende a “cegarnos”. La comodidad de nuestra burbuja de privilegios puede empujarnos a pensar que no es necesario cambiar demasiado. El miedo a observar cómo muchos de nuestros actos ha contribuido a la perpetuación de la problemática de género, lo hace todo más incómodo.

En el episodio 8 de Adultez Verde: “¿Soy parte de los prejuicios de género?” conversamos con Andrés Sebastián sobre las observaciones y aprendizajes que le ha dejado su proceso de deconstrucción de paradigmas personales alrededor del género.



Debo confesar que grabar este episodio me mostró lo poco que sabía del tema: terminología, opciones, realidades, alcance… Podría seguir. Antes de decidir sobre el reto de la semana, decidí informarme un poco más y tratar de compartir lo aprendido en mi entorno inmediato (familia, trabajo, etc.). Así, para nuestra transmisión de todos los jueves, nos enfocamos en los estereotipos e ideas con los que Taty y yo hemos vivido con respecto a nuestra identidad de género, incluyendo experiencias como guardar silencio ante discriminaciones explícitas, permitir que nos interrumpan mientras estamos hablando, o criticar las posturas/roles de otras personas. A partir de lo anterior, revisamos algunas alternativas de cómo trabajar para mejorar estás situaciones.

Les comparto algunas ideas que me llevo para mis días, a partir de las conclusiones y reflexiones de esta semana:
– Mi valor no depende de la situación en la que me encuentro hoy ni de ninguna de las partes que me componen. Esas partes son infinitas (profesión, hobbies, familia, deporte, pareja…) y cambian constantemente. ¿Qué sentido tiene enfrascarnos en una versión de uno de estos elementos, si pueden resultar obsoletos al instante siguiente?
– Mi valor no depende de lo que el resto piense. Todo lo contrario, quienes me rodean actuarán en consecuencia de cuánto me conozco y valoro. Aplica a cualesquiera de esas partes que me componen: cuando llego a conocerlas, a honrarlas, a amarlas, es muy difícil que desde afuera se las perciba como “inadecuadas”. Incluso si es el caso, no afectará nuestra propia visión al respecto.
– Ser y dejar ser. Curiosamente, se me da con bastante facilidad la parte de “ser”, pero he observado que me cuesta un poco más la parte del “dejar ser”, especialmente con quienes amo y me importan. Así que esa es, definitivamente, una tarea pendiente pero que al menos he observado y reconozco como importante.
– No se trata de la ejecución o no del rol (en cualquiera de nuestras partes componentes), sino de tener la oportunidad de decidir al respecto. Pero nuevamente, para esto se necesita tener criterio y elegir qué hacer con esa posibilidad de decidir.

Para concluir, lxs invito a pensar en las razones detrás de las adaptaciones o evoluciones alrededor de nuestros roles, principalmente de género, pero aplica a todo lo expuesto. Si pensaba que quedarse en casa a atender a la familia era algo anticuado y ya no lo hago, ¿cuándo cambió? Si creía que un trabajo estable y con buen salario era todo lo que necesitaba profesionalmente y ya no es así, ¿cómo cambió? Si uno de mis más grandes anhelos era viajar por el mundo y conocer el mundo y ahora no resulta tan prioritario, ¿por qué cambió?

Al ver mi propia evolución, la respuesta es: con, por, para y gracias al amor. Amor para conmigo, cuando descubrí cosas que me daban valor más allá de mis propias expectativas y las del mundo. Amor para con otros, que me permitió ver con nobleza su nobleza y la de sus actos. Amor para con el universo, que me permitió poner por encima de mi propio disfrute las consecuencias y costos generados con mis acciones.

Así que, aunque resulte “cliché”, quizá eso sea todo lo que nos haga falta para fluir un poco más y juzgar un poco menos. Quizá, debemos orientarnos en una cultura de amor y no de “quiños” (véase nuestra transmisión en vivo para entender la referencia). Quizá, #allweneedislove.